miércoles, 16 de enero de 2013

Dos más

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Dos más, sólo somos dos jóvenes más que se van de España. Nuestro caso no es más especial, más doloroso, ni más original. Pareja de casi treintañeros, licenciados, con un posgrado, viviendo en casa de los padres, con trabajos con los que no llegamos a mileuristas sumando los dos sueldos y sin vistas a augurar algo mejor.
¿Te suena? Esos somos nosotros, ese eres tú, tu vecino, tu hermana o tu amigo de la infancia, ni más ni menos. Pongámonos en antecedentes.
Nuestra relación con la universidad acabó allá por el año 2010. Tener una carrera, el sueño de muchos de nuestros padres, de toda una generación. Quisieron darnos aquello que ellos no pudieron tener, esperando que nosotros tuviésemos lo que ellos pensaban que sería una vida mejor, una preparación y una profesión “de las de estudiar”. Porque en época de nuestros padres, el rico era el que estudiaba y para ellos (al menos para los míos) era lo mejor que se podía tener. Toda mi vida he escuchado en casa “estudia mi hija, que es la única herencia que te podemos dejar”. Y aunque nadie me obligó, di todos los pasos que supuestamente se tenían que dar: Educación Secundaria Obligatoria- Bachillerato-Universidad.
No contentos con la Licenciatura en Historia, hicimos un posgrado en Gestión del Patrimonio Cultural. ¿Para qué? Para obedecer a una vocación. No, ahora en serio, ¿para qué?, pues para nada. La cultura ahora mismo no interesa, nos equivocamos si pensamos que podíamos ganarnos la vida a su costa. ¿Será por el momento que vivimos o será por desinterés general?. Yo creo que es el cóctel de todo un poco: crisis, turismo de sol y playa, nivel educativo dudoso y campo poco lucrativo para la clase dirigente.
Retomamos el tema, allá por el año 2010 comenzó la andadura post-universitaria, la de salir al mundo real y buscar un trabajo “de verdad” (lo entrecomillo porque ya no se qué es eso). El primer chiste que nos contó el mundo laboral fue el de trabajar como azafatos de congresos. Nosotros y nuestros compañeros estábamos tan mal pagos como bien formados, además, en unas condiciones laborales bastante, llamémoslas, austeras (por no decir nada más).
Tras un año aproximadamente, cuando creíamos que sólo podíamos encontrar algo mejor, entro a formar parte de la plantilla temporal de una tienda, sangrantemente llamada como un valioso instrumento de cuerda, y cuyo logotipo es una clave de sol. Doblar ropa, vender ropa y aguantar estupideces. Genial. En 8 meses de trabajo ni siquiera recuperé el dinero invertido en el posgrado. Mientras tanto, Aitor repartía compras, cobrando mucho menos que yo (que ya es decir) y trabajando el triple. Él ha visto un poco de luz, guiando las visitas en alguna exposición de arte, al menos un pequeño roce con la profesión, pero es algo sólo eventual.
En medio de todo esto, cuantos más palos recibíamos, se fue forjando una idea, la cual ha sido el aliciente para aguantar muchos chaparrones en éste último año. Emigramos, se acabó. No aguantamos la situación personal antes descrita, ni el panorama social, político y económico de este país. Cuando cada día es una amargura, hay que ir en busca de la felicidad.
Ahora, extrapola esto a cualquier persona, sólo cámbiale el nombre, la profesión o la ciudad. Se trata del sentimiento de toda una generación que veía aquello de la emigración como algo que hicieron sus abuelos, algo que veíamos como desgraciado en las noticias o un suceso que pensábamos que jamás pasaría en España.
Próximo Vuelo: Gran Canaria (LPA)/Melbourne-Tullamarine (MEL). Allá vamos.

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